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    LA BAENA DEL CANCIONERO

    Juan Alfonso de Baena vivió en los años de la transición del siglo XIV al XV, aunque su producción literaria y recopiladora se desarrolló en este último.

El manuscrito

 

Jesús L. Serrano Reyes, Antología del Cancionero de Baena, Baena, M.I. Ayuntamiento de Baena, 2000, pp. xxxvii-xxxix.

 

 

Al hablar sobre la Tabla advertimos que el manuscrito en el cual se basan todas las ediciones modernas no corresponde con el original. Se trata de una copia, con bastantes errores con respecto al original, realizada, según creen los estudiosos del tema, hacia 1465[1] . Se cree que Juan Alfonso terminaría de escribir su libro sobre 1430, dado que, por los datos que descubrió Nieto Cumplido, éste había muerto ya en 1435; y, dada la notoriedad de la obra de Juan Alfonso, empezaron a hacerse copias. Una de ellas, y la única existente en todo el mundo, se encuentra con la signatura “Esp. 37” en la Biblioteca Nacional de París. El excelente artículo de Alberto Blecua (1974-75: 229-266) aporta la información básica que necesitamos sobre el tema:

 

A) que el actual Cancionero no es el original presentado al rey don Juan II; y B) que existió otro Cancionero de Baena en El Escorial desde finales del siglo XVI, manuscrito utilizado por Argote de Molina y por el recopilador del Pequeño Cancionero”.[2]

Este Pequeño Cancionero[3] es una pequeña antología de diecisiete folios cuyo autor, según Blecua (1974-75: 233), “utilizó para componerla el perdido Cancionero de don Pero Lasso y un libro grande original del Cancionero de San Lorenço el Real, cuya tabla describe y coincide exactamente con la del Cancionero de Baena”.

El manuscrito de la Biblioteca de París tiene, según Azáceta (1966: xvii-xxv), las siguientes características: las dimensiones son de 406 x 270 mm; está copiado en papel manufacturado en Pistoia (Italia) durante los años 1461-1462,[4] con letra gótica del siglo XV a dos columnas, en tinta negra para los versos y en roja para la mayoría de los epígrafes o rúbricas. Alberto Blecua (1974-75: 244), en lo que supone su aportación más novedosa con respecto al artículo de Tittmann, demuestra que, además de ser el manuscrito de París una copia tardía del original, y con bastantes errores, no fue un solo copista quien lo copió, sino que hubo cinco copistas; el primero se ocupó de los folios 1-96, 133-180 y los dos primeros versos del folio 181; el segundo de los folios  97-122;  el tercero, además de copista corrector, copió el folio 123; el cuarto fue el copista de los folios 124-132; y el quinto de los folios 181-192.

El contenido del manuscrito del Cancionero de Baena que conocemos “acaba en el folio 192, reservándose a continuación un añadido de diez folios (193r-202v del quinto copista), para los Proverbios de Santillana y, en distinto papel de hacia 1500 (folios 203r-205v, copiados por el tercer) las Coplas de Jorge Manrique. Faltan los fols. 6, 7, 37, 44, 144, y 168. Los 192 folios que componían originariamente la copia se articulan en 16 cuadernos de 12 folios cada uno, señalando el cambio las correspondientes llamadas”.[5]      

Otra cuestión, novelesca, por cierto, es la de los avatares del manuscrito existente en la Biblioteca Nacional de París y que, como Blecua (1974-75: 236) afirma, “se hallaba en El Escorial a mediados del siglo XVIII.” Parece ser que el manuscrito parisino ocupó su lugar en uno de los estantes de la biblioteca que la reina Isabel la Católica heredó de su padre Juan II. Esta biblioteca real estuvo en el Alcázar de Segovia.[6] Aunque no existen datos documentales para probarlo, se supone que pudo pasar a la Capilla Real de Granada, donde se trasladaron libros, cuadros y otros objetos que le gustaba coleccionar a la reina. Siguiendo algunos inventarios de la Biblioteca del Escorial,[7] existieron en tal lugar dos ejemplares del Cancionero, uno en pergamino, del que no se conserva pista alguna, y otro en papel, que permaneció en El Escorial hasta el siglo XIX. En el prólogo que Eugenio de Ochoa preparó para  la edición del Cancionero en 1851,  asegura que al producirse la Guerra de la Independencia el manuscrito se le entregó al arabista José Antonio Conde. Al morir éste sus herederos vendieron el Cancionero;[8] sin embargo, según Rodríguez-Moñino (1959:146), el manuscrito debió extraviarse “entre 1809 y 1814 con ocasión del traslado de la Biblioteca del Escorial al convento de la Trinidad en Madrid”. Lo irremediable es que en 1824 estaba en manos del librero londinense Evans, quien lo subastó, comprándolo el librero Thorpe, quien a su vez lo vendió a Richard Heber. Al morir este último, el manuscrito fue subastado en 1836 “y adquirido a precio irrisorio por el librero Téchener para la Biblioteca Nacional de París, en la que ingresó en abril de ese año”.[9] Al hecho de ser una copia tardía del original, con bastantes errores, hay que sumarle también este triste recorrido histórico.                 

A) que el actual Cancionero no es el original presentado al rey don Juan II; y B) que existió otro Cancionero de Baena en El Escorial desde finales del siglo XVI, manuscrito utilizado por Argote de Molina y por el recopilador del Pequeño Cancionero”.[2]

Este Pequeño Cancionero[3] es una pequeña antología de diecisiete folios cuyo autor, según Blecua (1974-75: 233), “utilizó para componerla el perdido Cancionero de don Pero Lasso y un libro grande original del Cancionero de San Lorenço el Real, cuya tabla describe y coincide exactamente con la del Cancionero de Baena”.

El manuscrito de la Biblioteca de París tiene, según Azáceta (1966: xvii-xxv), las siguientes características: las dimensiones son de 406 x 270 mm; está copiado en papel manufacturado en Pistoia (Italia) durante los años 1461-1462,[4] con letra gótica del siglo XV a dos columnas, en tinta negra para los versos y en roja para la mayoría de los epígrafes o rúbricas. Alberto Blecua (1974-75: 244), en lo que supone su aportación más novedosa con respecto al artículo de Tittmann, demuestra que, además de ser el manuscrito de París una copia tardía del original, y con bastantes errores, no fue un solo copista quien lo copió, sino que hubo cinco copistas; el primero se ocupó de los folios 1-96, 133-180 y los dos primeros versos del folio 181; el segundo de los folios  97-122;  el tercero, además de copista corrector, copió el folio 123; el cuarto fue el copista de los folios 124-132; y el quinto de los folios 181-192.

El contenido del manuscrito del Cancionero de Baena que conocemos “acaba en el folio 192, reservándose a continuación un añadido de diez folios (193r-202v del quinto copista), para los Proverbios de Santillana y, en distinto papel de hacia 1500 (folios 203r-205v, copiados por el tercer) las Coplas de Jorge Manrique. Faltan los fols. 6, 7, 37, 44, 144, y 168. Los 192 folios que componían originariamente la copia se articulan en 16 cuadernos de 12 folios cada uno, señalando el cambio las correspondientes llamadas”.[5]      

Otra cuestión, novelesca, por cierto, es la de los avatares del manuscrito existente en la Biblioteca Nacional de París y que, como Blecua (1974-75: 236) afirma, “se hallaba en El Escorial a mediados del siglo XVIII.” Parece ser que el manuscrito parisino ocupó su lugar en uno de los estantes de la biblioteca que la reina Isabel la Católica heredó de su padre Juan II. Esta biblioteca real estuvo en el Alcázar de Segovia.[6] Aunque no existen datos documentales para probarlo, se supone que pudo pasar a la Capilla Real de Granada, donde se trasladaron libros, cuadros y otros objetos que le gustaba coleccionar a la reina. Siguiendo algunos inventarios de la Biblioteca del Escorial,[7] existieron en tal lugar dos ejemplares del Cancionero, uno en pergamino, del que no se conserva pista alguna, y otro en papel, que permaneció en El Escorial hasta el siglo XIX. En el prólogo que Eugenio de Ochoa preparó para  la edición del Cancionero en 1851,  asegura que al producirse la Guerra de la Independencia el manuscrito se le entregó al arabista José Antonio Conde. Al morir éste sus herederos vendieron el Cancionero;[8] sin embargo, según Rodríguez-Moñino (1959:146), el manuscrito debió extraviarse “entre 1809 y 1814 con ocasión del traslado de la Biblioteca del Escorial al convento de la Trinidad en Madrid”. Lo irremediable es que en 1824 estaba en manos del librero londinense Evans, quien lo subastó, comprándolo el librero Thorpe, quien a su vez lo vendió a Richard Heber. Al morir este último, el manuscrito fue subastado en 1836 “y adquirido a precio irrisorio por el librero Téchener para la Biblioteca Nacional de París, en la que ingresó en abril de ese año”.[9] Al hecho de ser una copia tardía del original, con bastantes errores, hay que sumarle también este triste recorrido histórico.                 

SI DESEA CONOCER UNA DESCRIPCIÓN CON MÁS DETALLE DEL MANUSCRITO:


[1] Uno de los estudios claves sobre el manuscrito es el de Barclay Tittmann, “A Contribution to the Study of the Cancionero de Baena Manuscript”, Aquila, 1 (1968), pp. 190-203; Alberto Blecua, “`Perdióse un quaderno...'sobre los cancioneros de Baena”,  Anuario de Estudios Medievales, 9 (1974-75), pp. 229-266;

Antonio Rodríguez-Moñino, “Sobre el Cancionero de Baena: Dos notas bibliográficas”, Hispanic Review, 27 (1959), pp. 139-149. Seguimos el artículo de Blecua por ser el más revelador sobre el manuscrito.

[2] Art. cit. p. 229. Para la argumentación sobre los datos que revela Argote de Molina, Blecua cita como fuente a E. Buceta, “El autor de la composición núm. 240 del “Cancionero de Baena” según Argote de Molina”, Revista de Filología Española, XII (1926), pp. 376-377.

[3] Puede obtenerse más información sobre el tema en José Mª Azáceta ed., “El Pequeño Cancionero”, Estudios dedicados a Menéndez Pidal, VII (1957), pp. 83-112.  Léase la excelente edición de Paola Elia, El “Pequeño Cancionero” (Ms. 3788 BNM), A Coruña, Toxoutos, 2002.

[4] Este dato parece ser definitivo para fijar la fecha de esta copia entre 1462 y 1465. La certeza de la fecha del papel se obtiene del estudio de la filigrana. Véase el trabajo de C. M. Briquet, Les Filigranes. Dictionarie historique des marques du paper dés leur apparition vers 1282 jusqu'en 1600, ed. Allan Stevenson, 4 tomos, 2ª ed. (Amsterdam), 1968.

[5] Brian Dutton y Joaquín González eds. op. ct., XXVIII.

[6] Los datos y las fuentes que corroboran esta afirmación se pueden leer en la edición de Dutton y González, pp. XXIII-XXVI; en la edición de Azáceta, I, pp. LXXIX-LXXX; en el artículo citado de Blecua p. 232; y en Francisco J. Sánchez Cantón, Libros, tapices y cuadros que coleccionó Isabel la Católica. Madrid: CSIC, 1950, p. 49.

[7] Véase Azáceta (1966: vol. I, LXXXII-LXXXV) y  Blecua (1974-75: 231 y ss).

[8] Rodriguez-Moñino, op. ct. p. 145, sostiene que, según él mismo llegó a comprobar, este manuscrito no estaba en el inventario de los manuscritos que poseyó Conde.

[9] Dutton y González eds. op. ct. p. XXVI.