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    LOS TESORES DEL REY POMPE

    Baena, pieza clave en el sistema fronterizo andaluz, vive ahora sus días de mayor esplendor.

LOS TESOROS DEL REY POMPE

(Estudios de Historia Extraordinaria)
Rodrigo Amador de los Ríos

 

Hay en el término de la cordobesa villa de Baena ciertas ruinas interesantes, en las cuales se mezclan y confunden con restos de construcciones posteriores y modernas los de primitiva fábrica romana: son reliquias de una fortaleza ó castillo atalayero que prestó buenos servicios en la época de la Reconquista , y en cada uno de sus cuatro ángulos se alzaba robusta erguida torre. Socavadas ya en sus cimientos, amenazan tres de ellas derrumbarse, mientras la cuarta aparece derruida por completo. Identificado por unos con el Castro Prisco romano, y con Ituci por otros, lo que de la fortaleza subsistía llamóse Castro el Viejo, hasta que, por piadoso error, fué en aquel sitio durante el siglo XVII construida la ermita consagrada á las santas mártires oscenses Nunílo y Álodia, á quienes supusieron nacidas en tal paraje. Desde esta ocasión dio el vulgo á las ruinas el poético nombre de Torres de las Vírgenes, por las dos mencionadas, como apellidó también de las Vírgenes el cortijo en que estaba enclavado lo qué fue castillo.

 

La curiosidad ó la avaricia de un muchacho descubrieron allí, el 16 de Agosto de 1833, la cripta sepulcral de la familia Pompeia, cámara mortuoria fantásticamente iluminada por los tenues amarillentos resplandores de funeraria lámpara, la cual, colocada en uno de los ángulos del aposento, y encerrada en ancho recipiente de plomo, velaba aún tenue y perpetua, al decir del inventor, las cenizas de los Pompeyos, guardadas en catorce urnas diferentes, aunque de forma análoga y sencilla, todas con su correspondiente indicativo epígrafe.
 

 

La fama de tan inesperado como notable descubrimiento avivaba en la fantasía de los campesinos no dormidos ni olvidados anhelos; y con el de hallar los tesoros ocultos en las referidas torres, diéronse valientemente a excavar y destruir en ellas, buscando afanosos ó impacientes los caminos para penetrar los secretos que aun guardan, sin miedo á que la fábrica se derrumbase, y alentados por la frecuencia con que en realidad el acaso pone de manifiesto amonedadas riquezas, unas veces escondidas por los romanos, como patentiza el tesoro encontrado en los Llanos de Vanda, cerca del sitio en que definitivamente lucharon César y Pompeyo, otras por los musulmanes y los moriscos, y por los judíos otras.
 

Para la gente andaluza que en el campo habita no hubo allí otra, sin embargo, que la de los moros en lo antiguo, y á los moros achacan y refieren cuanto en el campo ó en las entrañas de la tierra encuentran ó esperan encontrar, y que les ha sido revelado en sueños, ó por listas echadoras de cartas, ó por sabias cual la famosa de Bujalance, ó por medio de recetas, que es lo más seguro y cierto, conseguidas de algunos de tantos moros trashumantes y más ó menos auténticos como por las comarcas andaluzas aparecen, previa la entrega anticipada de cierta cantidad en que el mahometano vende generalmente su secreto.
 

«Irás á castro el río, que es tierra de córdova —dice uno de aquellos singulares documentos, referido al año 1615 y que recuerda algunos de los cuentos de las Mil y una noches,—y Preguntarás Por el camino que va á la dicha ciudad; y [allí] Preguntarás Por la fuente de los albercones, que está tres cuartos de legua del lugar; á la mano izquierda del camino descubrirás los albercones, llegarás á la fuente, quitarás el agua Por donde más bien te Pareciere, y desaguarás el albercón y quitarás siete ú ocho ladrillos sobre la mano izquierda; hallarás una Puerta, atapiada con un betúmen muy fuerte, que es hecho con sangre do vaca y Polvo de ladrillo, y guijas, y cal; este betúmen es muy fuerte de romper, Por [lo] que quiere más maña que fuerza, y después de esto no entrarás dentro en la cueva hasta que Pasen veinte y quatro horas, Porque te causaría muy gran daño; en saliendo el aire y vaPor, que hayan pasado las 24 horas, entrarás Por la cueva adelante cosa de treinta ó quarenta Pasos, hallarás una Puerta con dos figuras que tienen dos tiros de bronce; no temas, si no entra, quo no te Pueden hacer mal ninguno; hallarás una quadra con grande lumbre[1]; tiene de ancho y largo treinta y dos Pies; en el medio della hallarás una messa de marfil con quatro Pilares de alabastro; ésta tiene encima dos coronas, una imperial, y otra real, y un cetro que tiene una Piedra por remate, que á la lumbre della se pueden aSmar quinientos hombres en la obscuridad de la noche; y á la redonda de la quadra, sobre unos Poyos, están siete cofres ó cajones, los tres de seis Palmos de largo y tres de ancho y alto, y los quatro á siete Palmos de largo y quatro de ancho y alto; éstos están llenos de zequies de oro; á un lado de la quadra hallarás tres gradas, subirás por ellas, hallarás una alhacena ó almario con tres candados muy fuertes, abrirlos as, que allí están las llaves colgadas, y allí está la bajilla del rey Almanzor, y todo el servicio de su casa de Plata y oro.»
 

El escritor de quien copiamos la anterior receta[2], la cual suele ir acompañada á veces de un plano, y en ocasiones, según popular tradición, ha producido pingües resultados[3], nos ha referido que con motivo de reconocer y de estudiar las Torres de las Vírgenes, fue allá desde Baena, acompañado por un campesino de Valenzuela, conocedor del terreno, quien sospechando buscaba el tesoro en dichas Torres escondido, hubo de decirle sentenciosamenté de esta manera:
 

«No se canse usted en buscar nada fuera de las murallas del castillo. Los tesoros del Rey Pompe están dentro de ellas, y allí hay que buscarlos; pero es necesario horadar de fuera á dentro, pues de otro modo no han de hallarse, porque hay que retirarlos luego, saliendo de dentro á fuera. La hora no ha de pasar de la salida del sol hasta las tres de la tarde: luego no se logrará nada, por más que usted se empeñe. Tampoco podrá nadie dar con el tesoro, si no viene con uno de mi familia, que es la que por virtud especial tiene esa gracia, según dice la sabia de Bujalance, pues mi familia viene soñando hace tiempo con ese tesoro, y particularmente mi madre.

»Cuando aquella gente se tuvieron que ir de aquí—prosiguió,—el Rey Pompe mandó á sus tropas que marcharan sin quedar uno, y se quedó solo con su cuñado para enterrar sus tesoros en los sótanos del castillo, sin que nadie pudiera verlos, ordenando que volvieran después á buscarle á él y á su cuñado; pero no volvieron, y ellos no pudieron salir de los sótanos donde se habían metido, y donde se quedaron y están penando al cuidado de sus tesoros, que son muy grandes, y están en un arcón, lleno de monedas de oro del tamaño do medios duros, en otro, repleto de barras de oro y plata, como de media vara de largas, y en una alhacena, que guarda la corona del Rey Pompe, de oro fino, cuajada de piedras preciosas, con otras muchas alhajas. Yo he visto todo eso—añadió con la seguridad mayor del mundo—como lo veo á usted ahora, y lo he visto muchas veces en sueños.
 

»Sólo Dios sabe lo que he cavado aquí para encontrar la entrada de los sótanos; pero, amigo mío, el Rey Pompe y su cuñado están muy sobre aviso, poniendo siempre parábolas para extraviarme, y por eso no he sacado nada hasta la presente. ¿Usted no sabe lo que son las parábolas? Pues, hombre, son unas señales que aparecen debajo de tierra, como marcando por dónde ha de ir uno trabajando, y no tienen más objeto que el de confundir y hacer perder el tiempo, la paciencia y el trabajo al que busca el tesoro. Unas veces son un pedazo de carbón ó de madera, otras un hueso, otras piedras colocadas con cierto aquel, y otras otra cualquier cosa..... »Y verasté: la sabia de Bujalance, que todo lo sabe —continuó animándose el buen hombre—, dijo una vez á mi madre que viniera sola con mi padre aquí al amanecer un día, y así que llegasen, que se pusieran los dos mirando á la torre principal con mucha atención, antes de que el sol saliera, y que cuando el sol diera la primer gofetá en la torre, les harían desde ella una seña, que les diría en que sitio está la entrada para encontrar el tesoro. «Vinieron como les había dicho, y yo, con otro hermano mío, nos quedamos allá abajo esperando, mientras ellos se pusieron á mirar la torre, que no apartaban por nada los ojos de ella; y apenas dio el sol la primer gofetá en la torre, desde lo alto cayó una piedra, que vino rodando por el suelo, hasta quo se paró en un sitio… Mi pobre padre se hizo sin querer la gracia en los calzones, de puro miedo, y mi madre perdió el habla por un rato… Al fin, por señas y medio sofocados, pudieron llamarnos á mi hermano y á mí, y nos pusimos todos á cavar en el sitio donde la piedra había quedado, y allí cavamos todo el santo día hasta las tres de la tarde, sin encontrar cosa ninguna, sino parábolas y más parábolas que nos extraviaron. »Y, no crea usted; son muchos los que por estos pueblos y cortijos han visto en sueños los tesoros del Rey Pompe. En Valenzuela, el año pasado, los vió varias noches seguidas la mujer de un zapatero, hombre algo incrédulo, pero que, convencido por ella, vino aquí en su compañía, y se puso á cavar, y así se llevó tres días; y como no estaba hecho á esta faena, amigo de Dios, se le llenaron las manos de borregas, que le chorreaban sangre. Aburrido de no hallar nada, volvió con su mujer á Valenzuela, convencido de que todo eran disparates y figuraciones. Días después se levantó la mujer una mañana, diciéndole que había vuelto á soñar con el tesoro, y que era señal de que debían volver á cavar en el castillo; pero el zapatero, en cuanto oyó lo de cavar, cuando aun tenía las manos en carne viva, le pegó dos gofetás á la parienta, que la volvió loca, y desde entonces ya no ha vuelto á soñar con el tesoro. »Como éste ha de ser para mí y los de mi familia un día ú otro, pues al fin hemos de acertar, yo he de arrastrar coche; y aunque me diera usted cinco duros diarios de jornal, no trabajaré con usted, si no es á la parte de lo que saquemos; y si usted lo hace por su cuenta, será todo inútil, y se cansará en balde no estando con usted yo ó alguno de mi familia, que somos los que tenemos la gracia como le he dicho.» Aparte del íntimo parentesco de estos soñados tesoros con los de la receta copiada, con los de Badolatosa, descubiertos fortuitamente y donde fueron halladas al decir de las gentes verdaderas riquezas y maravillas, de que se asegura conservan parte aún algunos vecinos, y con los de otras regiones andaluzas, la singularidad de referirlos á un Rey Pompe, forjado en la popular fantasía, obliga naturalmente á pensar si la tradición, que es á todas luces mucho más antigua, tomó este nombre con ocasión del descubrimiento hecho en 1833 de las urnas cinerarias de los Pompeyos, ó si refiriéndose á los preliminares de la batalla de Munda, lo cual es menos verosímil, alude á Creso Pompeyo, pues con motivo de la batalla referida, las gentes ocultaron sus riquezas, como demostró el descubrimiento de monedas verificado el año 1902 en los Llanos de Vanda. De cualquier modo es curioso observar cómo en el pueblo se amalgaman nombres históricos, que tienen, cual en las Torres de las Vírgenes ocurre, motivado arraigo, con sueños y quimeras, nacidos de la codicia, y fundados á veces en hechos ciertos, pues sabido es que, tanto los judíos al ser arrojados de la Península en 1492, como los moriscos al ser expulsados por Felipe II, escondieron sus joyas y sus dineros, unas y otros hallados al cabo de los tiempos, según lo prueban el tesoro de Mondújar en Almería, el de los Bérchules en la Alpujarra , y otros varios, de más ó menos importancia, sosteniendo así la tradición, y alimentando esperanzas como las del campesino de Valenzuela.

 

Rodrigo Amador de los Ríos, “El Rey Pompe”, La Ilustración Española y Americana, XIII, (junio, 1905), págs. 375-378.