Historia
Juan Alfonso de Baena vivió en los años de la transición del siglo XIV al XV, aunque su producción literaria y recopiladora se desarrolló en este último.
Por aquellos años Castilla entera y la Andalucía del Guadalquivir experimentan una profunda transformación en todos los órdenes. A nivel de Estado, se ha producido la sustitución de una dinastía legítima, la de Pedro I, por otra, la de los Trastámaras, que tiene su origen en una guerra fratricida que culmina con el regicidio, por lo que sus reyes tiene que intentar por todos los medios consolidar su situación, tratando de atraerse a las familias más influyentes del reino. Ello supondrá la concesión de privilegios y mercedes a la nobleza para ganarla a su causa, lo que hipotecará la propia autoridad monárquica. Esta circunstancia y el relativo apogeo del reino musulmán de Granada determinan un protagonismo de los territorios fronterizos de Andalucía.
Baena, pieza clave en el sistema fronterizo andaluz, vive ahora sus días de mayor esplendor. Habiendo pertenecido a la Corona de Castilla desde 1240, Juan I hace donación de su Señorío en 1386 al Mariscal D. Diego Fernández de Córdoba, en agradecimiento por sus servicios en la campaña de Portugal, aún a despecho de los propios habitantes, que se oponen por la fuerza, no pudiéndose hacer efectivo el dominio hasta 15 años después, reinando Enrique II, en que se ven obligados a someterse. Se inicia así la formación de uno de los grandes linajes andaluces, el de los Fernández de Córdoba, que al Señorío de Baena añadirán desde 1405 el de Cabra, más adelante elevado a condado.
Esta primera mitad del siglo XV es acaso la época más gloriosa de la historia baenense, marcada por el papel decisivo en la defensa de la frontera castellana, que no otra que la función militar había sido la que había dado origen a Baena. Atrás quedaban ya los tiempos en que sus habitantes rechazaron los duros ataques de los granadinos, que le valieron la concesión por Fernando IV de un honroso escudo de armas en 1300. O la firma del Tratado de Baena, de 1320, por el que, a la vista de los desórdenes internos del reino, los propios baenenses y sus vecinos de la frontera toman la iniciativa y establecen treguas con los árabes hasta la mayoría de edad del Rey Alfonso XI.
Pero la situación normal es el estado de guerra, unas veces con poderosas campañas organizadas, otras con incidentes fronterizos, que ponen a prueba el arrojo de sus habitantes. Por estas fechas cabe citar entre las primeras la participación activa en las expediciones militares del infante D. Fernando en 1407, con graves daños para el enemigo, y en 1410, que culminó con la conquista de Antequera; o la de 1431, dirigida por D. Álvaro de Luna, que alcanzó las puertas mismas de Granada.
Más frecuentes, y no por ello menos heroicas, son las hazañas que tienen lugar en las algaradas fronterizas, sin ánimo de conquista, con el solo objetivo de debilitar al contrario. Unas veces son desafíos singulares o escaramuzas aisladas, que ponen de manifiesto el valor personal y el espíritu caballeresco, de las que Baena cuenta en su haber con un saldo favorable; otras son enfrentamientos armados, pequeñas batallas, como la de Albendín y Alcaudete en 1408, para rechazar un ataque musulmán. Los hombres de Baena se forjan en estas acciones, ganando un justificado prestigio en toda la frontera andaluza.
Precisamente para proteger uno de los posibles flancos débiles, en 1415 el Rey concede al Señor de Baena un privilegio para levantar un castillo, el de Doña Mencía, que en 1420 ya debía estar construido, por lo que se autoriza a fundar una población, llevando par ello vecinos de Baena. Es ésta la primera vez, pero no la única, en que esta ciudad, entonces villa, ha dado vida a una nueva población.
Por aquellas fechas Baena es una población floreciente, la mayor del reino de Córdoba después de la capital, con una economía basada en la explotación de una agricultura de tipo mediterráneo (cereales, vid, olivo, moreras, huertas,...), una prestigiosa ganadería y un activo comercio, del que da fe el establecimiento de una de las primeras ferias andaluzas ya en 1457.
El progresivo alejamiento de la frontera garantiza una mayor seguridad, que se traduce en un crecimiento de la población, que desborda el recinto amurallado, formándose dos arrabales en torno a dos puertas opuestas de la muralla, por donde se iniciará el desarrollo urbano que no se ha detenido hasta hoy. Los largos períodos de calma permiten atender al buen gobierno de la ciudad, elaborándose una amplia colección de ordenanzas, que regulan todos y cada uno de los aspectos de la vida municipal.